Productos y resultados esperados de mitigación
El Inventario Distrital de Emisiones y Absorciones de Gases de Efecto Invernadero (Ingei) es el instrumento que desarrolló la Secretaría Distrital de Ambiente en 2020 para identificar, con base en los modelos y estándares de la comunidad internacional, las fuentes y volúmenes de emisiones del Distrito. Hasta ese momento, Bogotá se había concentrado en identificar las reducciones de gases de efecto invernadero de los grandes proyectos, pero no había hecho la tarea de sumar lo que estábamos emitiendo, producto de todas nuestras actividades.
Definimos que el año base de nuestro inventario sería el 2017, para tener la posibilidad de identificar los cambios entre ese año y el 2021 y, de esta manera, tener claras las tendencias en emisiones de la ciudad con y sin una política pública que las guiara.
Se definieron unas trayectorias de emisiones con base en los escenarios sectoriales y su potencial de reducción, teniendo en cuenta su impacto económico y social. Con esta información sabemos exactamente sector por sector, qué decisiones se pueden tomar para la reducción de emisiones. Por ejemplo, la forma como se piensa el transporte, la industria y la manera en la que vamos a seguir construyendo nuestros edificios.
Bogotá no es un gran emisor en comparación con otras ciudades del mundo ni tampoco en el contexto colombiano. En 2017, la ciudad emitió alrededor de 11,4 millones de toneladas de gases de efecto invernadero carbono-equivalentes. En ese mismo periodo, Nueva York, una ciudad similar en tamaño, llegó a emitir más de 52 millones de toneladas usando las mismas metodologías de cálculo. Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), en el 2017 las actividades económicas de Bogotá aportaron 25,7 %, del Producto Interno Bruto (PIB) del país, mientras que para ese mismo periodo las emisiones de gases de efecto invernadero de la ciudad fueron el 4,1 % de las nacionales, o el 9,2 % de las emisiones si no se incluyen las que provienen de las actividades de todo el país en agricultura, silvicultura y otros usos del suelo (Afolu, por sus siglas en ingle´s). El reto más significativo de Colombia en términos tanto de cambio climático como de pérdida de biodiversidad es la reducción de bosques; la magnitud de lo que hemos perdido con la deforestación se refleja de manera muy clara en las cifras de emisiones.
Pero que no seamos un gran emisor no significa que, por un lado, no tengamos responsabilidades en la agenda de mitigación; y por el otro, que sea una mala idea disminuir nuestras emisiones. Sobre este punto ha habido muchas discusiones en el contexto de la transición hacia la neutralidad en carbono: ¿vale o no la pena tener una agenda de mitigación del cambio climático en ciudades y países que emiten poco? Saliendo de juicios de valor sobre imperativos morales relacionados con el clima, lo cierto es que para el caso específico de Bogotá (y en general de Colombia), las externalidades o repercusiones positivas de las acciones principales de mitigación de los gases de efecto invernadero son tan altas en la salud humana y en la calidad de vida, que vale la pena, sin duda, hacer todas las inversiones necesarias para que se lleven a cabo. ¿Por qué lo tenemos tan claro? Porque hemos identificado tanto las emisiones de cada sector y actividad, como las medidas necesarias para reducirlas.
Lo que nos dice el Inventario de Gases de Efecto Invernadero (Ingei) es que, con base en las cifras de 2017 y si no hacemos absolutamente nada por reducir nuestras emisiones, Bogotá duplicará para 2050 sus gases de efecto invernadero. Esas emisiones provendrían principalmente de modos de transporte y uso de combustibles fósiles en el transporte, de fuentes de energía no renovables y tradicionales en las edificaciones y en la industria, y de continuar haciendo una disposición inadecuada de los residuos de la ciudad, tanto en la ausencia de plantas de tratamiento efectivas para las aguas residuales como en el enterramiento indiscriminado de los residuos sólidos en el relleno Doña Juana. Estas actividades tienen consecuencias nocivas sobre la salud de los ecosistemas y las personas, particularmente en términos de calidad del aire en el caso del transporte, que además de enfermar a los y las habitantes de Bogotá, hace menos productivo y competitivo al Distrito. Mejorar los modos y combustibles del transporte público y privado de la ciudad es una buena idea para el cambio climático, pero también lo es para la salud, la calidad de vida y la prosperidad de las personas. Lo mismo sucede con el uso de energías renovables no convencionales: el uso de paneles solares, por ejemplo, podría darles mayor autonomía y enormes ahorros a las edificaciones; aunque es costosa la inversión inicial al instalarlos, el precio de operación y mantenimiento pueden ser mucho menor a la infraestructura energética tradicional.
Estos beneficios en más de una dimensión son transversales a todas las acciones que la Administración distrital ha definido como prioridades para la agenda climática. La siguiente tabla enumera las medidas o productos que mayores oportunidades de mitigación presentan para la ciudad, junto con los cobeneficios que representan más allá de la mitigación de los gases de efecto invernadero.